El Secreto de La Tilia.
Frondoso,
amplias ramas recortaban su perímetro. Un banco estratégico y cotizado por
jóvenes y no tanto, donde poder confiarse secretos sin testigos, mas sólo uno,
que podría contar miles de alivios, pues llega lejos su estancia.
Tomados
de las manos, mírame a los ojos, le decía él. Ella le miraba. Sabes cuántos
años tiene esta Tilia, preguntaba él. No, vergonzosa, contestaba ella. ¿Tú si
lo sabes?. No, nadie lo sabe. Pero mi madre me contó que las primeras palabras
de amor, las recibió aquí. Ah, si. Sí, y además un secreto que sólo yo
sé.
No
fueron de mi padre. Ah, no. No, fue de su primer amor. Después, ese amor ha
sido aparcado. Mi padre le hizo recordar primero aquel amor verdadero, después
consiguió algo más importante, que lo aparcara. Sí, que pusiera el suyo en su
lugar. Mi padre nunca le pidió que lo olvidara. Siempre respetó su amor por él.
Ella se entregó, se entregaron ambos. Mi madre me cuenta con añoranza, con un
amor lejano, lo bellos que fueron los días junto a él. Siempre lo recuerda,
pues dice eran como los complementos, esas medias naranjas que buscamos en el
otro. Ella creyó cuando desapareció, que nunca podrían llenar aquel vacío
aterrador que se creó en su interior. Se equivocó. Después llegó mi
padre.
Bueno,
pero tú estás aquí. Al final hubo algo más que amistad, entre ellos. En algún
momento se decidió añadir más.
No, fue
ella. ¡Ella, qué fuerte, no! . Ella se fue enamorando de él. Le había traído
muchas veces aquí. Hasta que un día con la Tilia por testigo, le declaró su
amor. ¡Uau, tu madre a tu padre!.
Sí, su
corazón no pudo más y se desbordó como lo hacen los ríos llenando de fertilidad
todas las tierras circundantes. Le trajo una vez más aquí, me cuenta que él no
sabía la que se le venía encima.
Le tomó
de las manos, como yo a ti ahora. La tilia será testigo, como ya lo fue otra
vez, que mi amor contigo es verdadero. Si me aceptas, sabiendo que una parte de
mí se fue con él, te querré y te haré feliz. Por que una cosa ya sé, a mí, tú
ya me haces feliz. Y seré lo que tú quieras que sea. ¡Y tu padre, con la boca
abierta!. Sí, pero no. Él deseó, siempre ese momento, pero pensó que era una
estrella inalcanzable en un firmamento plagado de seres mejores que él.
Pertenecían a estadios diferentes, pero a ella eso, después de pensárselo y
conocerlo, no le importó. Él no tuvo que pensar nada. Todo estaba hecho. Y
hasta ahora han sido superfelices, yo soy testigo. Bueno y la complicidad de la
Tilia. Ahora será testigo de nuestro amor, firmado en el aroma de la flor
amarilla, tranquilizadora y gozosa, debe ser por las historias que le toca
conocer.Si pudiera hablar, cuánto no sabría.
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