La Milonga del Ángel.
Mamá,
mamá, mamiiiii…Cooorreeeee….
Qué fue,
qué te pasó, mi niña. Cómo me lloras mi vida. Ya pasó, ha sido un mal sueño, ya
está, mami está aquí, me lo quieres contar…
Sí. Todo
iba muy bien. Estaba en un prado, lleno de primavera. A él se llegaba por un
sendero dibujado en el aire. Serpenteante, con cuentas azules a los lados, su
reflejo con el sol servía de guía. Era muy fácil seguirlo.
Y por él
llegué hasta una extensión floreada. De todos los colores, rojo, amarillo,
blanco, violeta, de todos, precioso. Y había un señor con cara de niña, con un
pelo largo brillante, tenía unas cosas por la espalda, como plumas. Era como el
angelito que tú pones en el portal. Y me invitó a jugar con sus flores, en su
prado, y me daba algodón de azúcar.
Y todo
eso te asustó, mi vida, es muy bonito, no…
No, todo
fue muy bonito, hasta que de la emoción comencé a cantar. Esas canciones
tranquilitas que tú me susurras cuando me voy a dormir, y que me gustan tanto.
Las
milongas…Eso son milongas…
Bueno
pues eso, milongas. Empecé a tararearlas.
El ángel
se me acercó, con una sonrisa muy amable, me dijo. Aquí no se puede cantar.
Pero jugar todo lo que quieras. Toma un algodón de azúcar, verás como te gusta.
Cogí el algodón un poco aturdida, y me volví a jugar mientras me lo comía. Todo
era tan bello, que a medida que el algodón de azúcar se iba terminando, me
volvieron las ganas de cantar. Así lo hice, cuando se me acercó de nuevo aquel
señor, con la sonrisa menos amplia que la primera vez. Te dije, que no se puede
cantar, espero no tenértelo que repetir. Vale, perdón, le dije.
Bueno,
pero eso no es para asustarse, no….
No, me
asusté cuando lo olvidé, de nuevo. Todo era tan bonito, que el color, la
frescura que desprendía el prado, la luz del sol calentino, que volví a cantar.
Qué mal estaba haciendo, todo invitaba a escuchar de mi voz las palabras tan
bellas que mi madre me cantaba para dormir. Y entonces fue cuando se volvió
hacia mí. Las plumas de la espalda, se crecieron, se ennegrecieron, su sonrisa
se volvió sarcástica y sus incisivos se le alargaron, le vi crecer una cola muy
grande con una puya en la punta y unos cuernecillos en la frente. Me comenzó a
gritar. Todos sois iguales, intento ser bondadoso con vosotros y al final
tenéis que romper la única regla que pongo. No cantarme milongas, que me
recuerden a la madre que no tengo. A la madre que nunca tuve. Lo conseguí todo
y creé este paraíso artificial para que los niños disfrutarais. A cambio sólo,
que olvidarais a vuestras madres. Como yo no la recuerdo. Pero no, no podéis
cumplir una ínfima cosa. Pues pagaréis con vuestra expulsión del paraíso.
Y con
una masa de fuego en la mano, me quería quemar viva. El color se hizo todo
negro y menos mal el camino, que las piedras azules seguían brillando, si no,
no hubiera conseguido salir de allí, no hubieras llegado a tiempo mami. Qué
miedo, no hubieras llegado.
No
llores, estoy aquí, yo siempre estaré a tu lado, no temas nada. Es sólo la
milonga del ángel, que te tenía envidia por la falta de cariño, que él no tuvo.
Pero no llores más, que mami está aquí, contigo, ahora y siempre. Y las
milongas no son más que mentiras. Vale…Dame un besito…
Y el
sueño volvió al frágil cuerpecito, que se asía fuertemente a la mano de la
madre protectora…
En este enlace podéis pinchar si queréis seguir la publicación de los textos del libro SALPICADURAS . Ya tenéis los cuatro primeros relatos completos, pronto el quinto. MI SUEÑO...SE PIERDE EL TREN con las ilustraciones de José L. Martínez REBOTE.
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