El sabor infinito de la rosa damascena.
Su
dolencia no la dejaba vivir. Unos hormigas, pequeñas pero muy agresivas, me
comen el sentido. Lloraba, lastimosamente, en su soledad. No quería alarmar a
su amado, con dolencias sin importancia, seguro no estaba más que en su cabeza.
Aprovechaba su ausencia para compadecerse de sí misma. Descansaba, retomaba
fuerzas para mantener la teatralidad sufrida, que se imponía, en su presencia.
No quería traspasarle su sufrimiento. Lo amaba tanto. Él no era culpable.
Él en
cambio sentía todo su ser. Y como no podía ser de otra manera, su dolencia le
estaba consumiendo en sus fueros internos. Tenía que encontrar un remedio para
las dolencias de su amada. No podía seguir sumido en su impotencia.
Enloquecería. Es demasiado duro ver sufrir a quien quieres, y no hacer nada, se
decía.
Investigó
por todos los medios, buscó a hechiceros, a sanadores, ninguno le daba solución
clara. Que si se le pasará, que las mujeres son así, que aproveche los momentos
sin dolor, egoístamente como todos los hombres somos, se decía. Esas son las
respuestas, que me dan. Puro aprovechamiento de ella, después la cambias, tú no
mereces sufrir. Pero él quería sufrir, por ella.
Acercósele
una dama apoyada en un báculo. Hijo mi curiosidad peca a veces, pero no pude
dejar de oír del mal que te aflige. La solución está en el aceite esencial,
conseguido de las rosas de Alejandría. Si curar quieres a tu amada, consigue
todas las rosas de Alejandría que puedas, me las traes y yo misma te prepararé
el elixir.
El viaje
es arduo, pero todo tiene un precio. Has de traspasar el gran estrecho que
nos separa de nuestros hermanos, e ir a la Ciudad.
En
ella podrás encontrar los pétalos de rosas frescas, traes todas las que puedas
cargar. Tú eres fuerte. No lo pensó siquiera, encontró en aquella anciana, los
surcos que marcan el tiempo a medida que se logra la sabiduría eterna.
Doblado
llegó de vuelta. La anciana, le dio por bienvenida, esperanzas renovadas. Nada
ha de temer tu amada, teniendo el ángel de la guarda que tiene en ti.
Esta
noche, cuando estéis solos, en vuestra alcoba. Le desnudas con todo el amor del
mundo. Le untas todo su cuerpo con el aceite esencial, no escatimes, trajiste
más de la que cargar podías, le sonrió. El lecho lo cubrirás con esos pétalos
que te quedé ahí preparados. Si haces lo que te digo, vuestros problemas son
historia.
Las
velas iluminaban tenuemente la estancia. La fragancia de las rosas impregnaba
el ambiente, parecían estar soñando. Ella comenzó a notar una sensación
placentera. Sus hormigas iban ahuyentándose. Su cuerpo grácil se dejaba
ungir por aquellas manos delicadas, mientras recorría todos los recovecos de su
cuerpo. El éxtasis fue sublime.
Amado
tengo un secreto que debo confesarte, dijo ella pensando contarle la existencia
de sus dolores. No quería atarlo de por vida con su dolencia. Tengo que
contarte algo antes de que sea demasiado tarde.
Le besó
en los labios. El secreto no es tal. Y como has comprobado, es historia. No
debemos de preocuparnos más de él. Cómo pensabas que no sentiría tus tormentos,
si somos uno. Fue ella, quien interrumpió esta vez sus palabras con un fundido
beso.
En este enlace podéis pinchar si queréis seguir la publicación de los textos del libro SALPICADURAS . Ya tenéis los cuatro primeros relatos completos, pronto el quinto. MI SUEÑO...SE PIERDE EL TREN con las ilustraciones de José L. Martínez REBOTE.
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