Senderos.Caminos.Misiones.
Cuando
nacemos, sin saberlo estamos predestinados a vivir en unas condiciones ya
sobrevenidas. Los vientos escriben círculos, nos vienen de cola, sin esfuerzos
logramos lo que soñamos. No valoramos su inestimable ayuda. Ellos giran, no
están cabreados por nuestro desagradecimiento, los vientos no se cabrean,
aunque nosotros a veces percibamos unas ventiscas, no llegamos a comprender,
son circulares. A veces van, otras vienen.
La
misión nos lleva a sitios indescriptibles, lugares maravillosos, lugares
horribles. A conocer personas maravillosas, personajes horribles. A ver, a
observar, a sentir, a tomar partido, a llorar por no haberlo hecho, a seguir
luchando por no errar, por corregir situaciones nuestras y a clarificar la de
otros, que ayuda quieren, ansían esa mano, ese báculo, esa pata, esa columna,
donde sustentar el desequilibrio, o incluso el comienzo de un nuevo proyecto,
una nueva vida.
Los
habremos con claridad de ideas, cultos, sabedores de su destino, los habremos
cegados por las infinitas posibilidades que el elenco humano nos entrega para
dañar, los habremos abnegados con nuestro día a día, sin preguntarnos más que
si lo hacemos lo mejor que sabemos. Los habremos que disfrutaremos
experimentando los innumerables sadismos, pues notaremos el beneficio que nos
repercute, y nos dará igual los atropellos generados en el camino de su
consecución. La casualidad nos aliviará la desazón de inexistentes
explicaciones en nuestro imberbe raciocinio. Éste madurará con nuestro
aprendizaje diario, con nuestro roce con otros, quizás el más desarrollado no
llegue nunca a convertir esa casualidad en causalidad benefactora.
En cambio si consiguiéramos
unir esos cuantos, esas ínfimas partículas, lograríamos ser dioses. Y
volveríamos a crear seres perfectos, inmaculados y deseosos de disfrutar de la
alegría de estar.
Esos
vientos a veces azotarán nuestro rostro, quebrando nuestra visión, mal
formándola. Esas situaciones son las que requieren una mayor entereza de
espíritu, un más convencimiento en nuestra destreza para solventar las
vicisitudes presentadas.
Es cuando miradas deseosas
de estar, han de ser llamadas y acogidas con el pecho abierto, comunicarse,
unificar criterios y decidir el más acertado a ojos mil, independientemente del
origen. Quizás salió el rumor de la caverna más profunda, más nauseabunda.
Quizás por su experiencia,
por su cercanía al averno, o su utilización errado en otro estadio. No importa.
Corregir aportando su grano al gran reloj, será suficiente penitencia.
Abrió los ojos y quiso ver, esa es la máxima que debemos buscar. Ver más allá, y no temer las penas impuestas. Las diferentes situaciones requerirán diferentes respuestas. No cerremos puerta alguna. Aunque corramos el riesgo de ser apuñalados por la mano más querida.
Abrió los ojos y quiso ver, esa es la máxima que debemos buscar. Ver más allá, y no temer las penas impuestas. Las diferentes situaciones requerirán diferentes respuestas. No cerremos puerta alguna. Aunque corramos el riesgo de ser apuñalados por la mano más querida.
No
debemos temer buscar la verdad. Pues supera en grandeza la mentira mejor
curtida. Abramos los ojos, la visión está delante y el camino está trazado, no
falta luz, ni brillo. La grandeza del ser humano se mide por su capacidad de
reírse de sí mismo.
En este enlace podéis pinchar si queréis seguir la
publicación de los textos del libro SALPICADURAS . Ya
tenéis los cinco primeros relatos completos, pronto el sexto. EL
PILAR DE LA MEDIA LEGUA. con las ilustraciones de José L.
Martínez REBOTE.
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