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lunes, 26 de noviembre de 2012

Pacto de Silencio.


Pacto de Silencio.
Ni Ella ni Él pensaron que se conocerían de aquella manera. Un encuentro casual, o no, quién sabe. Hay quienes gustan creer que estaba allí el cruce, había de pasar. Eran blanco y negro. Su luz irradiaba de forma natural con un brillo blanquecino, como luna llena, proveniente de su aura. Él quedó prendado desde el primer momento de su caminar altivo, apuesto, desafiante, segura de sí misma. Aunque, como todos, escondía un pequeño lunar negro en su interior al que temía. Cuando aparecía desmontaba toda su alegría, su belleza natural se diluía cuan azucarillo en el hirviente mejunje aquel que gustaban a ambos. Él lo llamaba americano, ella decía que el suyo era mejor, ambos se tomaban ese brebaje después de pasado el tiempo, mientras conversaban en aquel porche de la primera vez. Esta vez en cambio eran tres, pues no hay noche sin luna, como no hay día sin sol.
Se reían, por qué hemos llamado siempre a esto trino, si en realidad somos cuatro. No somos cuatro, la luna es vida gracias al sol, sin él no existe. Bueno aplíquese eso también al día y la noche. No, pues la noche y el día están unidos en un círculo eterno cuando uno llega, besando a la otra, ésta se va e igualmente en dirección contraria. En cambio la luna y el sol muchas veces juegan al escondite, unas veces están los dos, otras uno de ellos, otras la luna molesta desaparece aunque sea por poco espacio de tiempo.
Bueno cierto es que cuando nos topamos, fue como un alumbramiento de algo perdurable, pues dicen que las cosas que comienzan fuerte, son las más duraderas. Algunos sellados en sangre, duran para toda la vida. Es como si se hubieran mezclado en el fragor de una batalla en pradera medieval. Tú te me uniste, y juntos vencimos a la dama negra. Incluso el más bravo guerrero necesita unos ojos que lo miren en momentos arduos de la contienda. Esa mirada le protege, le brilla, le alumbra con su luz de forma directa o indirecta. En su presencia, o en el espíritu de su medallón entregado antes de la partida, éste imprime calor al pecho cuando lo necesita. Es pacto de silencio, entre tres cuerpos, un solo alma. Nunca romperán dicho pacto, es uno en la lucha cualquiera que sea el vórtice a superar.
Hacía años luz que tomados de las manos observaban transcurrir el agua cristalina, como sus vidas. En ella se veían reflejadas las mil y una peripecias habidas, altos y bajos, alegrías y tristezas, blancos y negros, pero desde que el pacto siempre fue más llevadero. Esa mano que se necesita siempre estuvo, siempre aunque estuviera lejos, el medallón los unían, la cercanía del grito apagado en la noche llegaba al más recóndito lugar. El río Orrad sigue transportando las mil y una historias que sus vidas vivieron. Todos envidiaban su capacidad de estar, porque no comprendían. Sus mentes no eran capaces de llegar al nivel de saber que dos fuerzas contrapuestas, a priori, son las más fuertes a la hora de proteger al ser querido, en ello son complementarias y conocedoras de todos los caminos. Esa mano que aparece en el momento adecuado te salva de locuras sin retorno.
 Es la mano adecuada, pues a veces nuestro interior está tan a la deriva que no queremos asirnos a quien amamos desde antes de conocer, tememos arrastrar lo más preciado con nosotros al fondo del abismo. Sin preguntar, sin pararnos a pensar, que es lo ansiado por los tres.
Por ello es importante cuidar al sol, a su reflejo, a la luz y a su brillo pues nunca sabemos cuándo nos veremos hundido en el abismo, no pensemos si es morena, rubia o pelirroja, sólo sabemos que es negro su corazón, esa dama que todos antes o después nos encontramos, y la manera de vencerla es mirando a los ojos del trino eterno, jurado en el silencio.



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